Nuevas masculinidades en la cooperación al desarrollo

Arkaitz López Gorritxo
Lunes 21 de marzo de 2011, por Revista Pueblos
Estamos asistiendo en los últimos años a un fenómeno paradójico: al mismo tiempo que se produce una eclosión de fondos en cooperación al desarrollo destinados a trabajar estrategias de género desde un enfoque de empoderamiento y organización de las mujeres en el Norte y el Sur, en los foros internacionales se produce un estancamiento en los objetivos de Género en Desarrollo, a la luz de Beijing+15 y los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

A lo largo de los últimos años, desde las organizaciones no gubernamentales de desarrollo (ONGD) y las instituciones públicas se ha llevado a cabo un proceso de asimilación de la realidad de discriminación que sufren las mujeres en todo el mundo, por razón de género, tanto en los países enriquecidos como en los empobrecidos. En un inicio las estrategias y los fondos iban destinados a poner en marcha proyectos y programas en países destinatarios de fondos para el desarrollo, buscando la inclusión de las mujeres desde una visión poco cuestionadora de las políticas de desarrollo más economicistas. Este planteamiento de fomento del rol productivo de las mujeres provocó exitosas experiencias en lo microeconómico, pero con fuertes impactos en la división de roles. Dio lugar, por tanto, a una sobreacumulación de trabajo en las mujeres, que sin dejar de asumir los roles asignados por la socialización de género duplicaban su tiempo vital para poder alcanzar a cumplir roles no asignados.
Lo que hay debajo
El aporte teórico (uno de ellos) que subyace de fondo en este enfoque es el reconocimiento de una visión del mundo, la del patriarcado, que impregna todos los estamentos de la sociedad y se encuentra legitimada, por tanto, como la “mirada natural” de las cosas. La adopción de este enfoque da a entender que todo lo que en las teorías del desarrollo se ha escrito, implementado y financiado, se ha hecho con la mirada puesta en el hombre como sujeto universal, el hombre y sus intereses, su forma de sentir, de pensar, sus necesidades y sus anhelos. De la mujer, nada. La mujer es considerada hombre desde que la primera declaración de derechos humanos de la historia, la de la Revolución Francesa de 1789, fuera la “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano”.
Posteriormente creció entre agencias y organizaciones el enfoque llamado Género en Desarrollo que, más allá de la visibilización de la mujer, de su posición subordinada, lleva a cabo un análisis de la situación de desigualdad entre hombres y mujeres y de las relaciones de poder existentes entre ambos. Así, entra por vez primera en las relaciones de género el papel del hombre: ya no se trata de una invisibilización (denunciada por el anterior enfoque casi como descuido) sino de un pantallazo de realidad, pues ilumina la verdadera razón de la desigualdad enfocando el poder (capacidad para cambiar la realidad), el desigual acceso de hombres y de mujeres al mismo y la relación de subordinación que esto genera.
El siguiente paso a resaltar es el del cambio de dirección que comienzan a dar las agencias de cooperación y las propias organizaciones sociales cuando apuestan a lo largo de los últimos años por trabajar en el mismo Norte, en las propias estructuras y culturas organizacionales e institucionales, diagnósticos y políticas de cambio pro-equidad. La reflexión interna y el cuestionamiento propio abren la puerta a la legitimidad de la labor en el Sur. Este trabajo de diagnóstico revela verdades escondidas o acalladas bajo la mansa dictadura de la socialización sexista: el mundo de las ONGD esta plagado de desigualdades internas, organizacionales, culturales, estructurales y políticas.
Progresos e incógnitas
Se constatan grandes avances en cuanto al impacto en el empoderamiento colectivo y organizacional de movimientos de mujeres en todo el planeta. También se detectan avances en sensibilización de importantes capas de la sociedad en distintos países, así como en la implementación de políticas y recursos para combatir la violencia de género o en lo relacionado con los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en algunos pocos países… Sin embargo, ¿cuál es el papel de los hombres en este escenario?
Si el diagnóstico refleja una desigualdad entre dos partes, es coherente pensar que esta no va a resolverse si no hay un planteamiento estratégico hacia quien ostenta la situación de privilegio. Esta estrategia tiene que ser tan coactiva frente al privilegio como iluminadora del falso paradigma de bienestar y desarrollo que ofrece la masculinidad hegemónica dominante. Siguiendo a Simone de Beauvoir, un hombre no nace, sino que también se hace. El dictado de la masculinidad socializada nos impone a los hombres unos parámetros de vida que poco se aproximan a lo que el índice de desarrollo humano y las categorías que lo componen puedan ofrecer.
Peajes para la socialización
La competitividad; la exclusividad hacia lo público (con la consiguiente negación de lo privado); la supresión e inhibición emocional; el dictado de la homofobia (sensibilidad heterosexual del cuerpo y distanciamiento físicoemocional entre hombres), la idolatría aprendida por la exposición al riesgo (que nos hace a los hombres en todo el mundo tener un menor índice de vida que las mujeres); el desprecio y la falta de cuidado personal o las carencias en la expresión de emociones y sentimientos son algunos de los obligados peajes de la socialización sexista en los hombres. Este reparto de roles perpetua una sociedad sexista que asienta el privilegio de los hombres y la subordinación de las mujeres, pero que a la vez se convierte en yugo de los hombres en un sistema de dominación que no les permite el acceso a un estilo de vida plenamente humano, de libertad y disfrute real.
Las políticas de desarrollo implementadas hasta ahora no se han planteado la necesidad de abordar todas estas cuestiones. Pero ahora está surgiendo la oportunidad histórica de emprender un complejo desafío: el de la deconstrucción de la masculinidad hegemónica. El objetivo es doble: por un lado, librar a la humanidad del paradigma de la masculinidad hegemónica como horizonte de hombres y mujeres; por otro, deconstruir un modelo de ser hombre que si persiste será una resistencia implacable a todo proceso de empoderamiento de las mujeres, tanto en el Norte como en el Sur.
No se trata de un alegato protagonista, ni de una nueva estrategia de absorción de fondos destinados a los procesos de empoderamiento de las mujeres, imprescindibles y prioritarios en toda escalada hacia la igualdad, sino de un sincero cuestionamiento personal y grupal el que nos hacemos algunos hombres desde una reflexión feminista. ¿Dónde están los hombres en el trabajo por la igualdad? ¿Cuál es nuestra apuesta? ¿Cuál es nuestra renuncia?
¿Resistentes o invisibles?
A los hombres se les ha categorizado en dos grandes grupos en el desarrollo de las estrategias de género: el de resistentes a los cambios (si bien la verdad es que todos los hombres somos resistentes de algún modo), o el de invisibles (neutrales, favorables a los cambios o inexistentes en los procesos de empoderamiento de las mujeres). Sin embargo, los hombres somos tan protagonistas en la situación de desigualdad como las propias mujeres, en la medida en que conformamos, cuando menos, la parte ganadora en la relación de poder. Pero no es esta la cuestión más llamativa, sino la constatación de que no hay hombres en las ONGD que a lo largo de todos estos años de ascenso imparable del tema de género se hayan planteado la necesidad de un cambio personal, de un cuestionamiento de la propia conducta, de las formas de hacer y pensar en las que por la condición de hombre todos nos hemos socializado.
Así es como nace la inquietud, y el germen de lo que hoy coloquialmente podemos llamar el primer Grupo de Hombres Igualitarios de la Cooperación vasca. Es una apuesta nacida en el seno del Grupo de Género de la Coordinadora de ONGD de Euskadi para trazar una nueva estrategia hacia la igualdad y la equidad de género en el Norte. Apoyados y animados por el creciente colectivo social de grupos de hombres igualitarios que están creciendo en Euskadi [1], este grupo en el que estamos presentes 18 compañeros de catorce ONGD vascas llevamos meses trabajando desde lo personal, lo vivencial y lo colectivo una nueva manera de ser hombres. El objetivo es apostarle a un cuestionamiento de lo que la masculinidad hegemónica (la imperante, la aprendida, la que genera desigualdad) ha impregnado en nosotros. Un cuestionamiento del corsé emocional, vivencial y comunicacional que nos han impuesto y, sobre todo, del modo en que el privilegio que nos otorga la socialización de género nos facilita que ejerzamos ese poder y creemos desigualdad sin saber identificar cómo lo hacemos y, lo que es mas importante, cómo dejar de hacerlo.
Este grupo constituye una apuesta estratégica para involucrar a los hombres en la lucha por la equidad desde un proceso diferenciado que aborde además los problemas específicos de género en los hombres y los efectos de la socialización sexista en la construcción del modelo hegemónico. El grupo de género nunca se ha planteado ser un grupo de mujeres, sino que aspira desde su nacimiento a integrar en sus luchas a hombres y mujeres de organizaciones de desarrollo. Sin embargo, en sus diez años de vida el porcentaje de hombres que se han integrado en él de forma activa y permanente ha sido ínfimo.
Desde el grupo de género de la Coordinadora se reconoce la necesidad de un acercamiento adaptado a los hombres, desde la comprensión de un necesario proceso propio para construir alianzas y complicidades que repercutan en el trabajo por la equidad y catapulten los avances y las luchas por la igualdad.
Desarrollo en el interior
John Stuart Mill fue hace dos siglos el primer hombre en alzar públicamente su voz y su voto en defensa de las legítimas aspiraciones de las sufragistas. Diputado en el Parlamento inglés, elevó cientos de peticiones reclamando una sociedad más igualitaria. Escribió en 1869 la obra El sometimiento de la mujer, que sería considerada por el feminismo un enorme paso adelante por parte del mundo de los hombres, una ruptura vital con el modelo de varón de la época. Pero lo más impactante del testimonio de Mill lo da su propia vida. No sólo consagró su papel público a la defensa de los derechos de las mujeres sino que fue profundamente coherente con su reflexión teórica en su vida, renunciando por escrito a todos los privilegios que la legislación le otorgaba al casarse con la lideresa feminista Harriet Taylor. Ese cambio en lo actitudinal, en lo profundamente personal y vital es lo que considero más revolucionario por parte de un hombre que quiso luchar con franqueza contra la desigualdad desde un cambio en su masculinidad.
Tenemos por delante mucho trabajo por hacer, pero creemos que este es el camino para empezar a cambiar la inequidad. Tenemos la convicción de que toda cooperación al desarrollo que se pretenda transformadora ha de llevarnos a un cambio personal, y que a través de este ilusionante nuevo grupo podremos alcanzar nuevas cotas de desarrollo tanto en los proyectos y programas de nuestras organizaciones como, sobre todo, en nuestras propias vidas.

Arkaitz López Gorritxo es miembro del Grupo de Género de la Coordinadora de ONGD de Euskadi y Coordinador del Grupo de Hombres Igualitarios de la Cooperación al Desarrollo de Euskadi.
Este artículo ha sido publicado en el nº 45 de la Revista Pueblos, enero de 2011. Ilustración: Paula Cabildo.

Notas

[1] Red de hombres del País Vasco por la igualdad/Berdintasunaren aldeko Euskal Herriko gizonen elkartea. Ver: Gizon Sarea, www.gizonsarea.org.

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