¿ANALFABETA EMOCIONAL?… LOS COSTOS DE SER HOMBRE

Por: Alfonso Castañeda - junio 19 de 2013 



Las crisis que genera el machismo son difíciles de aceptar y corregir por los propios hombres. En México, esto no es fácil. Deben aprender algo que les enseñaron a ocultar: emociones y debilidad, como cualquier ser humano.

Ciudad de México, 19 de junio (SinEmbargo).– La casa está llena de ecos, y los muebles tienen varias capas de polvo. Hacía falta limpiar las camas, sacudir los sillones, limpiar el piso, regar las plantas. Jesús tiene el refrigerador con comida seca, petrificada; algunos alimentos caducados y sin abrir. “Todo se quedó como lo dejó mi esposa. Nada ha cambiado y no cambiará”, dice. 

Le preocupa su futuro. Tiene 55 años y confiesa que se siente cansado. Atrás quedaron esos años mozos, repletos de vitalidad, de partidos de futbol, borracheras y aventuras. Pero Jesús habla como habla, no porque su esposa haya muerto. No: desde hace dos años ella decidió irse, llevarse sus pertenencias, los más de 30 años de matrimonio… y cerró la puerta.

“A lo mejor fallé. Los adultos siempre nos equivocamos”, y sus ojos se llenan de agua. Su esposa toleró años de infidelidad, de violencia psicológica y hasta sexual. Él lo reconoce, aunque luego lo vuelve a negar. No ha pedido ayuda psicológica, no quiere, dice que no la necesita. “El tiempo lo dirá”, mantiene la esperanza. 

Los hijos lo frecuentan, aunque ellos viven con la madre. Pero tras ese hombre solo, antes hubo uno vital: capaz de darles estudios a los hijos, pagar un sinfín de deudas, hizo todo lo posible por ser el pilar de la casa, el proveedor, quien tomaba decisiones, tenía autoridad, nunca se quebrantaba, dominaba espacios públicos y privados, era el ejemplo a seguir… pero llegó el tiempo donde todo esto se desvaneció. Hoy, llega de trabajar, se sienta a ver la vida en un sillón amplísimo y teme que llegue a la vejez solo, sin él. 

Lo que vive Jesús, las consecuencias de su soledad y el miedo a vivir su vejez sin alguien a su alrededor, el sexólogo Francisco Delfín Lara lo entiende como el resultado del machismo, la misoginia y, por ende, la inequidad de género. Ser hombre, ese tipo de hombre, tiene costos y muy altos: 

anafabetaem_hombre5“Hay una serie de exigencias y de valores que, muchos creen, deben ser los hombres. Deben cumplir con eso para ser considerados como tales. Tienen que comportarse de determinada manera y conducirse de tal forma que la mirada de los demás le devuelva lo que, muchos consideran, es ser un hombre de verdad”, afirma el especialista. 

Y es que en una sociedad donde se pondera la masculinidad y el ser mujer es visto como algo inferior, los hombres tienen que cumplir con estereotipos sociales, sosteniendo el peso de su género. Tan sólo etimológicamente masculinidad del latín masculinus, relativo a varón, se deriva de otras raíces latinas como másculus y mayúsculus… es decir, el que tiene más valor. 

Ser el rey de la casa, el que tiene avidez sexual, quien resuelve todo, el que sabe sin equivocarse, la autoridad incólume, el que no llora ni demuestra debilidad, quien puede tener muchas mujeres, son algunos de los códigos sociales que implica ser hombre. Pero si antes ser macho era un valor importante, hoy es cuestionable y hasta señalado. ¿Masculinidad en crisis? 

Para Ricardo Ayllón, coordinador del Programa de Metodología de la organización Género y Desarrollo AC (Gendes), “muchos hombres se dan cuenta de que su machismo les deja como costo la soledad. Su violencia les regresa el rechazo de su familia. Se dan cuenta que ser violento trae un costo muy alto. Algunos deciden revisarla, pero la gran mayoría no la reconocen”, advierte. 

MACHISMO: EDIFICIO DE MASCULINIDAD 

Aldo recuerda su infancia en el pueblo de su abuela, junto a sus primos. Siempre fue el centro de atención, el que ganaba, tenía privilegios sobre su hermana, podía ir en bicicleta a lugares donde sólo los hombres podían acceder. Creció compitiendo con otros niños, teniendo los mejores juguetes, viajes; tenía que seducir a otras niñas, ser el galán eterno. A veces se lastimaba por demostrar cómo brincaba bardas o vencía obstáculos; tenía prohibido llorar, debía aguantarse, soportar las bromas. 

Ahora que tiene hijos, aún pequeños, reconoce que parte de esa educación también la replica con ellos, a veces inconscientemente. “Los hombres tenemos que mostrar que lo somos. Es parte de nuestro encanto”, así justifica una foto de sus hijos con una revista Playboy que él les dio para fotografiarlos y presumirlos en redes sociales. Sonríe. 

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Guadalupe Huacuz, doctora en Antropología por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, y especialista en violencia falocéntrica, asegura que los hombres son educados en un entorno de mucha violencia, donde tienen que demostrar ser los más fuertes y competitivos. “Físicamente se someten a pruebas dolorosas, con su cuerpo. Es posible que esto repercuta cuando crecen y no van al doctor, no se atienden”. 

Uno de los folletos de Gendes ilustra muy bien cómo se germina esta educación en los hombres: Desde niños sabemos que tenemos que jugar al futbol y a las luchitas; se nos indica que no podemos llorar, que nos tenemos que aguantar, se nos dice una y otra vez que somos más fuertes, rápidos e inteligentes que las niñas; que no debemos jugar con muñecas, jugar con niñas ni vestirnos con ciertos colores. En la juventud, aprendemos a acercarnos a las mujeres sólo para ligar, se nos empuja a presumir nuestros encuentros sexuales, a competir con nuestros compañeros, a ganar. Si nos gusta leer, si nos gustan las actividades artísticas o ciertas actividades tranquilas, corremos el riesgo de no ser aceptados como hombres “de verdad” y de ser catalogados como “raros” o “maricas”.

El doctor Delfín Lara añade que vivimos en un mundo machista, donde la historia, la ciencia, incluso la medicina y la sexología son machistas. Por eso, dice, un hombre no siente ni mucho menos reconoce que está o se siente mal. “Nos incrustaron, desde la más tierna infancia, el chip de la competencia. Nunca diremos que algo nos falla o nos acongoja, porque eso muestra debilidad. Yo creo que somos analfabetas emocionales”, añade.

Sin embargo, el especialista considera que ser hombre, aunque parezca irónico, tiene consecuencias y se pagan muy caras. Ejemplifica: las lesiones medulares, la de hombres paralíticos. En más de 30 años de experiencia clínica y sexológica, Delfín Lara también ha trabajado con grupos de hombres con estas lesiones. Hace poco lo hizo de nuevo y esto le permitió algunas reflexiones:

“El caso de hombres con estas lesiones, es un maravilloso ejemplo de perspectiva de género. La mayoría de estas lesiones son por heridas de bala, accidentes automovilísticos, heridas de arma blanca, caídas… la mayoría son hombres entre 20 y más de 30 años de edad”.

La especialista en género, Guadalupe Huacuz cree que “los costos de los hombres en el ámbito de salud son muchos. Son los que menos van al médico, y esto también indica una violencia contra su cuerpo. El cáncer de próstata es un claro ejemplo. Se ha llegado a considerar, en términos estadísticos, el mismo costo de muertes por violencia de género en mujeres que por tabaquismo en hombres”. 
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Esto sin contar, asegura la feminista, lo que sucedió con la Guerra contra el narcotráfico, sobre todo en ciudades del norte: “Que los hombres sean soldados y entren al crimen organizado, ha sido prácticamente como mandarlos al matadero”. 

Estudios del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reveló en 2006 que en 2004 fallecieron 19 mil 696 hombres y 7 mil 857 mujeres, tan sólo de 15 a 29 años. La causa fue, principalmente, accidentes automovilísticos, mismos que representaron el 55.9% de las cifras. La segunda causa de muerte, en cambio, es agresiones entre jóvenes varones, además de tumores malignos y VIH-Sida. 

EL ALBERGUE DE LOS HOMBRES TRISTES 

A diferencia de la novela de Marcela Serrano, los hombres son los protagonistas de esta historia, una historia real y tangible. Hombres que hacen un alto en el camino y toman al toro por los cuernos: su violencia y las consecuencias que arrastra. 

Son las 19 horas, martes, y poco a poco llegan Marco, Manuel, Fernando, Héctor, Ricardo, Luis… los nombres no importan, como sí sus historias. En el pizarrón, Rubén Guzmán, facilitador Hombres trabajándose de Gendes, ha anotado los tipos de violencia, formas de ejercerla y maneras de ubicarla para evitarla en la vida cotidiana. 

Marco lleva tres sesiones y explica en plenaria que ejerció violencia psicológica a su esposa. Le dijo tonta y le reclamó con aspereza. Marco se siente triste de hacerlo, ubica la agresión y reconoce que no quiere repetirlo más. Ricardo lleva más de 30 sesiones, y él tiene más consciencia de sus actos, ahora vive soltero, sólo con sus hijas, a quienes procura no violentarlas. 

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